Revista Heterodoxia Urbana

Heterodoxia Urbana. Año 2012-Num 1-Vol 1- JULIO-DICIEMBRE
=> MEGAPROYECTOS HABITACIONALES vs INTERESES LOCALES. Autor: Patricia Iniestra F.
=> NIÑOS, NIÑAS Y JÓVENES EN LA CALLE Y DE LA CALLE. Autor: Nury Arnaiz Ximello
=> ESCENARIO DE LA MOVILIDAD COTIDIANA METROPOLITANA. IMAGINARIOS Y PERCEPCIONES. Autor:Patricia Gómez Peréz
=> ÓRGANOS DE REPRESENTACIÓN CIUDADANA Y PRESUPUESTO PARTICIPATIVO EN EL DISTRITO FEDERAL. Autor: Jacqueline Gutiérrez Sotelo
=> SIGLO XIX, DE LOS ESPACIOS PÚBLICOS Y SU DISFRUTE. Autor: Teresa Lazcano Martínez
=> LA TERRITORIALIZACIÓN DE LA GESTIÓN Autor: Diana Elsy Martínez Guzmán
=> USO EFICIENTE DE VIALIDADES EN LA COLONIA AGRICULTURA, DELEGACIÓN MIGUEL HIDALGO Autor: Mario de Jesús Mireles Gómez
=> ENTRE LA NORMA Y LOS IDEALES, LA ADMINISTRACIÓN DEL AGUA EN MÉXICO Autor: Hugo Núñez Pineda
=> EL PAPEL DEL FERROCARRIL EN CUAJIMALPA Y LA CIUDAD DE MÉXICO DURANTE EL PORFIRIATO Autor: Mariano Sánchez Sánchez
=> CORREDORES BIOCEÁNICOS INTERCONTINENTALES. LA SUBSUNCIÓN DEL CAMPO POR LA CIUDAD A TRAVÉS DE LAS VÍAS DE TRANSPORTE DE GRAN ESCALA Autor: Jorge Ernesto Hernández Sánchez
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SIGLO XIX, DE LOS ESPACIOS PÚBLICOS Y SU DISFRUTE

 

Teresa Lazcano Martínez*

 

…. “el lema de esta época era: una ciudad debe estar fundamentada

 más en la razón que en las costumbres, esto para alcanzar la modernidad”…

Hernández Franyuti

 

Resumen

 

La ciudad es sin duda, una construcción histórica y sus espacios públicos el muestrario más nítido de las distintas etapas que esta ha vivido esta en cuanto a los distintos modelos que la han caracterizado, así como a distintas maneras de ser disfrutada a partir de sus espacios públicos. Actualmente, estos espacios públicos han vivido un “rescate” por parte de distintas políticas públicas, las cuales han visto en ellos el potencial de ser mecanismos y herramientas para rehabilitar el entretejido social, pero sobre todo, han sido vistos como elementos conformadores de un nuevo tipo de ciudadanía fundamentada principalmente en el disfrute de estos espacios.

De este creciente, pero no novedoso interés por los espacios públicos, es que surge esta revisión histórica acerca de cómo se han transformado las consideraciones, regulaciones, usos y disfrute de distintos espacios públicos en la ciudad de México.

 

Palabras clave: Espacios públicos, prácticas sociales, la calle.

 

 

Durante el siglo XIX  la traza colonial de la ciudad se mantuvo como modelo urbanístico para la ciudad, sin embargo existieron modificaciones derivadas de la aplicación de los nuevos principios de distribución de la población y de regulación de sus prácticas. Eventos históricos como la Independencia por ejemplo, marcaron sin duda las nuevas formas de concebir la igualdad y las reglas de orden en los espacios urbanos, los cuales dejaban de rendir tributo a la corona y comenzaban a fungir como componentes del surgimiento de una identidad nacional.

Por otra parte, la desamortización de los bienes inmuebles pertenecientes a las corporaciones tuvo un gran impacto en la distribución y uso de los espacios a partir de los cambios en la propiedad de la tierra. De esta manera, la ciudad rompió con el límite de crecimiento que hasta entonces había mantenido[1].

Otro de los procesos de relevancia en la conformación de la ciudad de esta época,  fue la regulación del comportamiento y las prácticas de la población en espacios públicos, acción que se enfocó principalmente a los lugares frecuentados por la población popular,  grupo social vigilado y estigmatizado por sus formas de utilización y apropiación de espacios públicos, los cuales tomaban la importancia de irse convirtiendo en la “carta de presentación” de  una ciudad que buscaba la modernidad con ciudadanos de “primera”, donde manifestaciones sociales divergentes vistas como  actuaciones que atentaban contra la moral que quedaba oficialmente instituida[2], debían de ser erradicadas.

A partir de estas nuevas reglas y normatividades a cumplir como ciudadanos y habitantes de una ciudad en crecimiento y mejora, se conformó también una nueva concepción de sujeto social, la cual se iba instituyendo a partir de la moral, principios, derechos y obligaciones, como por ejemplo el poseer un trabajo honesto, lo cual convertía a los ciudadanos que contasen con él, en sujetos de provecho para la sociedad, con un “valor” superior en comparación a aquellos desposeídos que caminaban por las calles sin ninguna actividad comprobablemente honesta y que pudiera demostrar que eran individuos de confianza, y positivos para la sociedad.

Dentro de esta transformación y producción de un  nuevo  tipo de ciudad y de sus habitantes, la visión de una necesidad cada vez más marcada de espacios de convivencia y disfrute para la sociedad tomó fuerza, por lo que el espacio público fue revalorado como el espacio donde se mostraba la identidad de la ciudad y donde se gestaban nuevas propuestas de diversión y goce para ocupar el llamado tiempo libre.  Se delimitaron entonces áreas verdes, y se mejoraron espacios y paseos  públicos, los cuales  se presentaron como una prioridad para la ciudad[3], como ejemplo de esto el “embellecimiento” continúo de una de las principales obras de nuestro país, el Paseo de la Reforma, inaugurado en 1860 como nuevo eje rector en la retícula de la ciudad y muestrario de una nueva imagen de la ciudad.

En este proceso de re-valorización de los espacios públicos, la calle[4] como principal lugar de esparcimiento de la clase popular, espacio de encuentro y materialización de una identidad y cultura de dicha esta clase mostraba en su multifuncionalidad, uno de los principales retos a regular … la calle de la ciudad de México había tenido un uso múltiple; en ella se escenificaban múltiples  funciones: venta de alimentos y mercancías, trabajo de artesanos, recreación, comedor, letrina, habitación de pobres, lugar de ordeña, se efectuaban también las funciones religiosas, las actividades cívicas y ejecuciones… (Morales, 1994:165)

Para este mantenimiento y mejora de las calles,  se instauraron distintos principios regulatorios que llegaron a cada vez más zonas de la urbe, apostándole así, a la creación de conciencia acerca de las problemáticas derivadas de la suciedad y poca organización de los desechos y desperdicios en la ciudad; estas acciones  estuvieron basadas en políticas  influenciadas por la corriente del organicismo[5], el cual tuvo relevancia también en un sentido arquitectónico.

Otro de los temas que adquirió relevancia  para reglamentar el orden de la ciudad, fue el de las formas de habitar en la misma, no solo de aquellos que se encontraban en las nacientes zonas de viviendas de clase media y en el centro de la ciudad, si no también y principalmente la de los habitantes de los barrios y las zonas periféricas, por ser consideradas zonas que estaban caracterizadas por prácticas insalubres que afectaban no solo el contexto local, si no de igual forma al resto de la ciudad a partir de la contaminación ahí generada.

Por este motivo, estos barrios comenzaron a ser regulados y a ser  tomados en cuenta para la nueva planeación de la ciudad. Sin embargo, las costumbres y la falta de reconocimiento e identificación de la población con estas transformaciones regulatorias del espacio y de sus costumbres,  resultó en múltiples complicaciones para las autoridades y en un constante acecho a la población de bajos recursos principalmente.

Ya durante el Porfiriato, la idea de progreso tomó fuerza mientras que la división de clases se reforzaba como en otros tiempos a partir de la idea de privilegios y derechos “ganados” por el simple hecho de ser grupos sociales con un capital económico, y cultural mayor, posicionándolos en zonas privilegiadas de la ciudad y acentuando con esto, la ya conformada segmentación urbana en la ciudad de México.

… la ciudad albergaba estilos de vida distintos, que eran indicios evidentes de las desigualdades, y de la oposición económica y social de cada quien…por un lado se podían ver los soberbios edificios de grandes zaguanes, anchos  patios y  largos corredores….por otro lado, las vecindades desvencijadas del centro, donde la población vivía hacinada… (Prieto 2001: 129)

Con estas contradicciones como contexto, en  la ciudad se fueron ubicando espacios públicos  o semipúblicos caracterizados por ofrecer opciones diversas de disfrute a los habitantes de la ciudad, mencionándose a continuación los más representativos de la época.

En primer instancia, encontramos las plazas  de los barrios, las cuales eran puntos importantes para la vida eclesiástica y social de los barrios, además de ser   espacios de encuentro, emblemáticos, y simbólicos en los cuales se veía representada la heterogeneidad identitaria de la población.

Las fuentes funcionaban también como otro punto de reunión, tradicionalmente utilizadas para el aseo humano y  el de animales, fueron removidas o reguladas en su uso, limitando su servicio solo a la distribución de agua, uso  que a su vez fue disminuyendo  a partir de que el agua comenzará a ser distribuida por medio de tuberías y tomas directas en las casa a finales de este siglo, circunstancia que ayudó a combatir las prácticas insalubres que ahí se daban.

Los llamados “paseos” fueron también, espacios públicos de gran importancia para la población de clase acomodada, sobre todo por la imagen que daban a la ciudad:

Dotar  a la ciudad de paseos arbolados era una necesidad, ya que estos permitirían darles espacios cómodos, que contribuyeran a la hermosura y salubridad, lo cual  llevo a los virreyes del periodo borbónico a establecer estos paseos en las afueras del espacio urbano… (Hernández Franyuti, 1994: 146)

Los mercados por su parte, funcionaron como elemento esencial en la vida social barrial. Estos espacios también fueron regulados por el ayuntamiento, aunque anteriormente estuvieron regulados por el régimen de mercados de origen colonial.  Debido a sus principios de  socialización y tradiciones populares, los mercados formaron  parte icónica de la identidad  e imaginario que visitantes y habitantes tenían de la ciudad de México. Una de las actividades principales que se daban como parte de la zona de mercados, era la venta de alimentos a las orillas del mismo como lo muestra esta narración:

… gran parte de la gente pobre no tenía cocina, por lo que comían en la calle, al calor de los anafres, alrededor de las indias que vendían tortillas, frijoles, chiles y tacos de pancita, nenepile o tripa. Por cuatro reales (un tostón) se podía conseguir una comida corrida a base de caldo, sopa de fideo, arroz, puchero, guisado, postre, pan y agua… (Prieto Hernández,  2001:148)

Como puede observarse, los barrios eran en su conjunto contextos que construían en sus calles espacios públicos que se encontraban caracterizados por una gran diversidad de actividades. Uno de los elementos más importantes de esta vida barrial era el comercio, el cual después de ser regulado al impedir su ubicación en las calles por la insalubridad y la mala imagen que daban, se ubicaron en su gran mayoría en accesorias anexas a las viviendas, donde los artesanos y demás comerciantes daban vida a la realidad local–barrial de diversas zonas de la ciudad de México. La siguiente narración se ubica en una de estas calles:

…Las calles de los barrios, estrechas y torcidas, eran asimétricas y ofrecían un aspecto desordenado. Esta traza no solo reflejaba la escasez de recursos y la desatención de la autoridad por estos asentamientos, si no que era la expresión de una lógica de poblamiento  basada en la autoconstrucción… (Prieto Hernández, 2001: 142)

Aunados a la existencia de espacios barriales con un uso intensivo de las calles,  transportes que llegaban a estas periferias y que las conectaban con las zonas centrales se convirtieron en espacios de uso semi-público.  El tranvía por ejemplo, al principio jalado por mulas y después electrificado, fue un servicio destinado en sus inicios a grupos privilegiados, para después convertirse en un servicio que cubría necesidades de poblaciones que se desplazaban  fuera de sus barrios, debido a sus empleos u otras actividades.

Otro de los espacios semi-públicos, más bien diferenciados por su uso ligado a cuestiones de género, fueron las peluquerías y barberías, espacios masculinos que  funcionaban como lugares de comunicación, donde noticias de tipo político y barriales, eran dadas a conocer y difundidas a los visitantes que asistían a las mismas.

Otro de estos espacios de socialización icónicos para la población popular eran las pulquerías, las cuales resultaron ser uno de los espacios más representativos en las imágenes que los viajeros captaban de barrios y periferias de la ciudad. Las anécdotas de quienes ahí acudían, la estigmatización de la mujer  y la precariedad de dichos lugares, ocupan innumerables reseñas y narraciones de visitantes extranjeros que veían en las pulquerías el reflejo nítido de los vicios y realidad de la población más empobrecida.

Como se ha mencionado anteriormente, la calle alojaba la gran mayoría de las actividades de socialización de las clases populares. Por ejemplo, ahí se daban reuniones de grupos de personas para el juego de cartas y otros juegos de apuestas. Sin embargo, durante el porfiriato, estas actividades fueron no solo reguladas, si no avasalladas por una ola de prohibiciones y estigmatizaciones, ubicándolas como actividades negativas e insidiosas que derivaban en vicios y malas prácticas en la calle. Por esta razón, se regularon las apuestas y se permitieron solo algunos juegos[6], los cuales se entendían como “inofensivos” pues no se prestaban a apuestas.

La calle era además, el escenario donde se ubicaban una gran mayoría de oficios principalmente desempeñados por indígenas o por el sector popular, personajes como los tlaquicheros, cargadores, vendedores ambulantes, aguadores, cocheros, hilanderas, vendedores de hortalizas, trajineros, vendedores de alimentos al aire libre, vendedores de zapatos, pulque, aves de corral, etc. Estos oficios[7] conformaban la imagen del mexicano de esta época, imagen que en innumerables ocasiones pintaban o narraban los viajeros que conocían la ciudad, la cual era descrita como un sitio de calles intensivamente ocupadas por oficios que no tenían un sitio definido, pero que eran característicos de las escenas de la vida diaria en la ciudad.

Se gestaba al final de este siglo como contexto a estos espacios públicos ya descritos, bajo la influencia del gobierno de Porfirio Díaz, la industrialización de la ciudad como un cambio trascendental en la forma de la misma, por lo que los empleos comenzaban a des-localizarse fuera de la vivienda y por tanto del barrio, comenzando a generarse un uso intensivo de las calles con nuevas propuestas de recreación y ocio, este último generado como tiempo libre a partir de nuevos horarios de trabajo propios de las fábricas.

Estas distintas maneras de habitar y practicar los espacios comunes en las ciudades, dio surgimiento a un nuevo tipo de vida urbana. Estas diferencias culturales entre la población que ha habitado la ciudad de México, así como las distintas condicionantes económicas, sociales y políticas de las misma, han ido configurando distintas maneras de vivirla, por lo que el análisis de los espacios comunes o públicos de las ciudades, bien pueden dar cuenta de las características no sólo culturales de la población, si no de particularidades que demuestran cuál es el tipo de proyecto de ciudad que la caracteriza.

La lógica urbana existente en cada ciudad, conformada por la historia de la población, su distribución y planeación urbanística, su actividad económica y su cultura urbana, conforman los elementos a considerar para poder entender el objeto de este artículo: la Ciudad de México y sus Espacios Públicos.

 

 

Bibliografía

 


Araya Espinoza, Alejandra (2005), “De los límites de la modernidad a la subversión de la obscenidad: vagos, mendigos y populacho en México, 1821-1871” en Culturas de pobreza y resistencia. Estudios de marginados, proscritos y descontentos. México, 1804-1910, Colegio de México - Universidad Autónoma de Querétaro, México.

Barbosa Cruz, Mario (2005). “El ocio prohibido. Control “moral” y resistencia cultural en la ciudad de México a finales del porfiriato” en Culturas de pobreza y resistencia. Estudios de marginados, proscritos y descontentos. México, 1804-1910.  Colegio de México - Universidad Autónoma de Querétaro, México.

 

Dávalos López, Marcela (1998), “Propiedades y pleitos de vecindad” en Casa, vecindario y cultura en el siglo XVIII. VI Simposio de Historia de las mentalidades, INAH, México.

 

Hernández Franyuti, Regina (1994), “Ideología, proyectos y urbanización en la ciudad de México, 1760-1850” en: La ciudad de México en la primera mitad del siglo XIX, Tomo 1, Instituto de investigaciones Dr. José María Luis Mora, México.

 

Hira de Gortari Rabiela, Hernández Frannyuti, Regina (1988), “La ciudad de México y el Distrito Federal” Departamento del Distrito Federal, Instituto de investigaciones Dr. José María Luis Mora, México.

 

Lozano Armendares, Teresa (1998), “Y es de pública, voz y fama. Conflictos entre vecinos en el siglo XVIII” en Casa, vecindario y cultura en el siglo XVIII. VI Simposio de Historia de las mentalidades, INAH. México.



* Antropóloga Social por la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), y Maestra en Planeación y Políticas Metropolitanas por la Universidad Autónoma Metropolitana Azcapotalco (UAM-A). La autora ha sido becaria en proyectos de investigación enfocados a la metrópoli, culturas juveniles, ciudades indígenas, cultura vecinal en unidades habitacionales, entre otros. Docente en universidades como la BUAP y CESCIJUC, ha trabajado en los últimos 10 años como investigadora en temas como el barrio en la ciudad, usos y prácticas en espacios públicos, así como en temas de proyectos regionales, de los cuales han resultado distintas publicaciones y ponencias. Investigadora y Directora de Estudios en Espacio Público en el Centro de Investigación para la Planeación Urbana y Metropolitana (CIPLAN). E-mail: teresa.lazcano@ciplan.org.mx

[1] En este crecimiento pueden distinguirse tres etapas: 1. La primera va de los años 1858- 1883, donde el crecimiento se dirige hacia el norte. 2. La segunda etapa va de los años 1884- 1900, donde el crecimiento fue hacia el noroeste, oeste y el sur, en este periodo se conforman varios fraccionamientos. Y 3. La tercera etapa comprendió desde 1900 a 1910, el crecimiento fue por el suroeste con colonias para grupos de altos ingresos y donde la traza de retícula comienza a desvanecerse (Hira de Gortari, 1988: 245).

[2] Desagrado hacia prácticas como el andar desnudo o usar las calles como letrinas, el uso de bebidas embriagantes o drogas, eran ejemplos de las modificaciones que resultaban urgentes  a erradicar en  una ciudad que buscaba la “sanación” de males que la aquejaban.

[3] Otro espacio público de trascendencia para estas políticas, fue el trabajo de mejora y rehabilitación de las principales Plazas Públicas …para el neoclásico la plaza pública era el símbolo de poder, pues en ella se encontraban los elementos que formaban su cimiento: las autoridades civiles, las fuerzas civiles, las religiosas y las fuerzas comerciales. Las plazas eran el punto de partida, el eje adonde llegaban y confluían las calles, según los cánones, en su centro debería de estarla figura del representante del poder absoluto: el rey… (Hernández Franyuti  1988: 149).

[4] Para ver más sobre la reglamentación y actividades en la calle, durante este periodo, consultar el artículo de María  Dolores Morales citado en la bibliografía “La reglamentación de la calle”.

[5] En esta teoría, la ciudad es asemejada a un organismo vivo, donde existía un centro o corazón, el cual se encontraba  conectado por medio de la circulación con otros lugares, además de que la metáfora de un organismo explicaba, que la suciedad y residuos que resultaban de este funcionamiento, el cual llegaría solo a su purificación o limpieza necesaria, a partir de la circulación de estos desechos.

[6] Para el esparcimiento de la población, la ciudad contaba con jardines y paseos, pulquerías y diversos tipos de diversión como las peleas de gallos, juegos de azar, billares, mesa de bolos, juego de pelota, tiraderos de blanco, entre otros… (Prieto, Hernández, 2001:159)

[7] Estos empleos fueron despareciendo a final del siglo XIX, debido a que en la ciudad de México se daba gradualmente una modernidad a partir de la instauración de servicios que beneficiaban a la calle, pero también a las viviendas las cuales dependían cada vez menos  del servicio de estos servicios ya mencionados. 


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